Destinos de la creatividad

Por Pablo Patiño
Docente y escritor

El concierto “Danzas del renacer” del 15 de noviembre de la Orquesta Filarmónica de Medellín reúne tres obras separadas por casi tres siglos, compuestas por indiscutibles maestros de sus épocas, piezas que exploran las historias nacionales, las posibilidades creativas del espíritu humano y las incertidumbres del futuro de la humanidad, para abrir nuevos caminos en las formas del ballet, la sinfonía y la música contemporánea: la suite del Pájaro de Fuego de Igor Stravinsky, la Sinfonía n.°7 de Ludwig van Beethoven y la Fantasía Introspectiva y Tierra Viva de Jorge Pinzón.

Stravinsky compone El Pájaro de Fuego por encargo para los Ballets Rusos del empresario Serguéi Diáguilev. Esta pieza lo catapulta hacia la escena europea de inicios de siglo XX y revitaliza el arte del ballet, que parecía inmovilizado, atado a convenciones del siglo pasado.

El ballet fue una amalgama de diferentes cuentos y personajes del folklor ruso, un  pastiche que muestra lo mejor de estas leyendas, el deseo de buscar en las más profundas raíces de la vasta y convulsa Rusia un despertar de aquel letargo de la danza. Sin embargo, esto no era el interés principal de Stravinsky; en su autobiografía diría: “el pájaro de fuego no me atrajo como tema. Como todos los ballets narrativos, exigía una música descriptiva que no quería escribir”.

El compositor elige extractos y escribe tres suites, las cuales demuestran que el libreto y la narrativa pueden ser superados para dar con una música más pura, una música por momentos arcaica, por momentos canción de cuna, una danza infernal que arrasa con las ataduras de un siglo completo y una final donde algo totalmente nuevo se construye de esas cenizas.

Esta necesidad de pensar la música más allá de las limitaciones narrativas es, al mismo tiempo, una unión perfecta en esta noche de concierto para sentir la Sinfonía n.°7 de Beethoven. Estrenada en 1813, es de todas las llamadas sinfonías mayores de Beethoven (3,5,6,7,9) la más enigmática y la que más interpretaciones ha generado, aquí no hay dedicatorias a héroes, motivos del destino, escenas campestres ni poemas de fraternidad. Desde su exitoso estreno, los intentos de interpretación no se dieron a esperar: una revolución política —inspirada por las batallas napoleónicas del momento—; la supuesta secuela otoñal a Sinfonía Pastoral; Schumann la llamó una boda campesina y Berlioz escuchaba una ronda de paisanos. Pero fue Wagner quien dio el bautizo más generalizado hasta el día de hoy al decir que era la apoteosis de la danza.

Uno de sus biógrafos comenta que tales disparates disgustaron e incluso enfurecieron a Beethoven y que en 1819 dictó una carta en la que protestaba enérgicamente contra tales interpretaciones de su música. A pesar de esto, estos intentos de interpretación cuentan con un factor valioso, esa disparidad y deseo de explicación es una fertilidad de experiencias. El error es tomar el calificativo de Wagner de forma literal, pensar la danza simplemente con un acto corporal, la Sinfonía n.°7 es el discurso triunfante del espíritu que danza de creatividad.

Cierra esta tríada musical la Fantasía Introspectiva y Tierra Viva del compositor colombiano Jorge Pinzón, comisionada en los momentos de mayor incertidumbre de la pandemia de 2020. Es una pieza breve que revela la necesidad de viajar hacia el interior en aquellos días de aislamiento y desconcierto. Esa invitación al viaje interior, al reencuentro con uno mismo, la expresa el propio Pinzón al decir que en momentos de soledad “la tierra rebosa de júbilo y nos seguirá dando la oportunidad de albergarnos en ella con toda su belleza y sabiduría”.

Estas relaciones, por tanto, atraviesan los siglos, los países y las épocas: en Stravinsky, Beethoven y Pinzón surgen piezas musicales cuyos irresistibles y persistentes ritmos son el motor de la creatividad. Estamos frente a un concierto que excita la imaginación y la interpretación de los oyentes, invitándolos a recorrer caminos que conducirán a los más diversos y estimulantes destinos.