Para los amantes de la música, hay noches que trascienden la simple escucha y se convierten en viajes emocionales. La del sábado 29 de marzo en el Teatro Metropolitano fue una de ellas. Filarmed, bajo la dirección de Manuel López-Gómez, ofreció un programa en el que emoción, contraste y reflexión se entrelazaron para dejar una huella imborrable en la ciudad.
Con el propósito de fortalecer el vínculo con los músicos de la región y acercar la orquesta a nuevas generaciones, el concierto reunió a un público diverso, entre ellos los niños y jóvenes de la banda semiespecial de la Fundación Oro Molido de Fredonia. Esta iniciativa busca fomentar el contacto con los talentos musicales del país y brindarles la oportunidad de descubrir de cerca el mundo sinfónico.
Un spoiler para los más curiosos
Antes del concierto, Spoiler Orquesta preparó al público con un espacio diseñado para despertar su curiosidad y ofrecer adelantos clave sobre las obras a interpretar. En esta ocasión, el director asociado de la orquesta, Tami Daniel Rueda Blanco, se unió a Manuel López-Gómez para explorar el legado de dos compositores tan contrastantes como Maurice Ravel y Dmitri Shostakóvich.
A través de una conversación dinámica y enriquecida con intervenciones al piano, guiaron a los asistentes en un recorrido que desentrañó las conexiones ocultas entre ambos compositores. A pesar de sus diferencias estilísticas y culturales, tanto Ravel como Shostakóvich supieron convertir su música en un testimonio poderoso sobre el caos, la esperanza y la lucha.
De regreso como director invitado tras haber sido director asociado de la orquesta en 2024, Manuel López-Gómez expresó su entusiasmo por reencontrarse con una Filarmónica “abierta a la escucha” y con un “amor por la música único”. La química entre el director y los músicos fue palpable, logrando interpretaciones expresivas y matizadas que capturaron con precisión la esencia de cada obra.
Raíces opuestas
El programa comenzó con Mediodía en el llano de Antonio Estévez, una obra que evoca la vastedad y el carácter imponente del paisaje colombo-venezolano. Los colores y texturas orquestales transportaron al público al calor abrasador de la región, sumergiéndolo en un entorno sonoro tan inmenso como evocador. A esta pieza le siguió una fusión inesperada con el Preludio del acto I de Lohengrin de Richard Wagner, donde los violines desplegaron múltiples voces, creando una atmósfera que no solo unió a dos compositores distintos, sino que evidenció la capacidad de la orquesta para abordar una complejidad emocional profunda.
“Decidí integrar a estos dos compositores, pese a sus contextos distintos, porque sus obras se complementan de manera sorprendente. Ambas poseen una profunda espiritualidad y transmiten la sensación de un tiempo suspendido, como si flotáramos sin gravedad. Sus enfoques armónicos y tonalidades se conjugan a la perfección; de hecho, el último acorde de la obra de Estévez se funde idealmente con el primero de Lohengrin de Wagner.” – Manuel López-Gómez, director
La magia continuó con La Suite de Mi madre la oca de Maurice Ravel, que transformó el escenario en un mundo de fantasía. Desde los delicados ecos de La Pavana de la Bella Durmiente hasta las travesuras de un Pulgarcito que saltaba entre los instrumentos de viento, Ravel invitó al público a sumergirse en un universo de cuentos de hadas.
El clímax del concierto llegó con la Sinfonía n.° 12 de Dmitri Shostakóvich, específicamente con el primer movimiento, Petrogrado revolucionario, que capturó la tensión y el fervor de la Revolución Rusa. En un torbellino de emociones, la orquesta recreó la atmósfera de lucha y agitación, llevando al público más allá de lo meramente musical, hacia una experiencia visceral que se sintió como un testimonio de resistencia.
Un concierto con propósito
Entre los asistentes, además del público habitual de la orquesta, destacaron los jóvenes de la Fundación Oro Molido de Fredonia, quienes aprovecharon esta experiencia para ampliar sus horizontes musicales. Gabriel Jaime Peña Velásquez, coordinador del programa de música de la Fundación, subrayó la importancia de que los estudiantes asistan a estos conciertos como parte de su formación integral. Más allá de la interpretación de marchas de banda, el aprendizaje musical también implica el desarrollo de una apreciación por la diversidad de géneros y estilos.
Para Anyeli Mesa Castañeda, integrante de la banda, la experiencia fue transformadora. “Es un placer sentir la música tan de cerca, ver a los músicos en acción… La música tiene el poder de transmitir sentimientos profundos”, comentó, animando a otros a descubrir y disfrutar la música en todas sus formas.
El concierto de la Orquesta Filarmónica de Medellín fue, en palabras de López-Gómez, una auténtica “catarsis”, que conmovió tanto a músicos como al público. Más que alegría, dejó una profunda huella emocional, reafirmando el poder transformador de la música para conectar corazones y dar voz a las emociones más humanas.
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