Mozart

Mozart, el trabajo más allá del mito

Al físico Albert Einstein es a quien se le atribuye la frase “como artista y como músico, Mozart no era un hombre de este mundo”.
Es apenas entendible la admiración que en todo el mundo, durante los últimos siglos, ha generado el compositor austríaco que, en poco más de 30 años, escribió decenas de obras —muchas de ellas habiendo trascendido la música sinfónica para convertirse en parte de la cultura popular—

Resulta, pues, inevitable que en ese trasegar Mozart dejará de ser un hombre para convertirse en un mito. Pero, como ocurre con las leyendas, esto acarrea una cantidad de teorías y rumores de los que resulta difícil, por no decir imposible, comprobar su veracidad.

Con más de 600 composiciones en su haber, Mozart, quien falleció cuando apenas tenía 35 años, ha sido considerado uno de los más, sino el más, prolífico compositor. Una característica dada por la velocidad con la que realizaba sus obras: se ha dicho que la ópera La clemencia de Tito le tomó, apenas, 18 días y que para la Sinfonía Linz apenas necesitó de cinco días —incluyendo la noche del estreno—. Incluso se ha hecho el cálculo de que, transcribir toda su obra trabajando a un ritmo de diez horas cada día requeriría de 25 años.

Sin embargo, hay quienes, sin querer dudar sobre el talento de Mozart, han cuestionado tales mitos. Por ejemplo, en 2006, Phil Grabsky publicó su documental En busca de Mozart. Sobre el austriaco, sin cuestionar su talento, el cineasta inglés afirmó: “los personajes a los que a veces llamamos genios tienen en común su coraje y determinación, buenos padres y el hecho de que son producto de las condiciones sociales de su tiempo. Todo esto fue verdad para Mozart. Su talento no era, simplemente, un regalo de Dios, sino el resultado de su trabajo duro”.

¿Por qué una K acompaña a las obras de Mozart?

Entre 1761 (aprox.) y 1791, Mozart escribió 623 obras, entre óperas, sinfonías y conciertos. Con el pasar del tiempo —y con la consolidación de Mozart como un genio— se hizo necesario tener un registro de su obra. Entonces, en 1862, el alemán Ludwig von Köchel diseñó un catálogo en el que organizó de manera cronológica sus composiciones. Con el tiempo, este catálogo tuvo que ser reeditado, pues en la primera edición se encontraban obras que pertenecían a otros autores y faltaban varias que, durante décadas, se mantuvieron ocultas. A pesar de esto, la K —en referencia al apellido de Köchel— se mantuvo al lado de las obras.

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